Este 2020 sin lugar a dudas pasará a la historia como un año de realidades superando a la ficción. En lo económico, asistimos por primera a un precio negativo del petróleo. Vimos también, negocios detenidos, esperanzas fulminadas, un aumento de la pobreza solo equiparable al de una gran Guerra. Un virus detuvo el corazón de la civilización humana. Un pequeño, diminuto e invisible virus, detuvo los sueños, las esperanzas y las aspiraciones individuales y colectivas.
El virus fue capaz de sacar lo peor de nosotros mismos. Los menos favorecidos se hicieron más pobres. Los que luchaban para lograr un sueño, terminaron siendo rebasados a pesar de la tenacidad que pusieron para defenderlo. Los malestares psicológicos surgieron como fantasmas en medianoche: depresión, ansiedad, dolor emocional. Si la epidemia logró cambiar el rumbo de la economía, no se compara con la huella que dejó en muchas familias que perdieron a alguien; a individuos que tuvieron que perder empleo, a vivir con la sombra del desamparo. Y, sobre todo, a la herida que dejó en nuestra Psique: tuvimos miedo, un miedo visceral, animal, sombrío hacia el futuro.
Todos, absolutamente todos, perdimos algo. El Covid-19 se llevó una parte de lo que fuimos a nivel individual y colectivo. El encierro nos obligó a dejar de evadir con fiestas y contacto social lo que hay detrás de la naturaleza humana: su terrible debilidad ante el cambio. Nos tuvimos ahora sí que mirar al espejo, metáfora de la introspección. El dolor emocional, duelos mal cerrados, conflictos a nivel familiar, frustraciones de todo tipo, todo, se mezcló en tres meses en los que el tiempo se detuvo.
La Economía del Comportamiento explica lo que vivimos como humanidad, entendiendo que nuestra irracionalidad animal nos explotó en la cara. Todas las certezas que teníamos se esfumaron. Optamos por vivir el momento, así que día con día, tratábamos de embriagarnos los sentidos para evadir el dolor.
Comenzamos a ver en redes sociales el impacto de la tragedia: amigos, familia, gente a la que alguna vez conocíamos, comenzaba a enfermar. Nos asustamos.
En Estados Unidos, por ejemplo, en tiempos de caída económica, los niveles de consumo de licor de alto costo siempre caían. En 2020, por el contrario, se reportó un aumento nunca visto de vinos y bebidas de alto precio. Igualmente sucedió con el consumo de bienes. En todas las crisis económicas del siglo XX, la compra de ropa, de artículos de lujo siempre disminuían.
En este año, Amazon y otras plataformas de comercio electrónico vivieron niveles de consumo nunca antes vistos. Las horas-consumo de Facebook, Netflix y videojuegos subieron a niveles estratosféricos. Simple, no queríamos vernos por dentro y usar el tiempo para mirar nuestra sombra, parafraseando a Carl Jung.
Era nuestra naturaleza humana, tratando de evadir, de evadirse, en recompensas tangibles, disminuyendo el miedo a la incertidumbre. Podemos salir a la luna, explorar los mares y, aun así, el lugar al que más miedo le tiene el ser humano es su propia mente.
Como economista, seguí de manera permanente los gráficos de las Bolsas de Valores para entender el impacto de la Pandemia. Pero ni siquiera la caída del Dow Jones de todo el mes de marzo se comparaba con la imagen del Papa Francisco, en la Plaza del Vaticano, totalmente solo. Roma, la ciudad eterna, congelada por el tiempo. Roma, desolada, más sola que cuando Hitler la invadió. Roma, en completo silencio, igual que cuando el Emperador Marco Aurelio enfrentó la peste Antonina. Roma, vacía, lúgubre, silente.
La humanidad se dividió en tres grupos; los que estaban sufriendo directamente la pérdida y la enfermedad; los que ansiaban no vivirla y usaron el tiempo para embriagar sus sentidos y evadir; y finalmente, los que trataron de racionalizar y explicar el proceso.
En todo este camino tan trágico, hay que hacer especial mención a doctores, doctoras, enfermeras y enfermeros, que dieron, en algunos casos, su vida para salvar a otras vidas. Y a los científicos que, con toda y la presión social en sus hombros, se esforzaron por crear una vacuna.
Llegó diciembre y afortunadamente, llegó la Vacuna. Y, además, se fue Trump. El mundo está tratando de encontrar un rumbo, aunque no se sabe cuál con certeza. Todo lo que tenemos en este momento es que pudimos, en tiempo record, crear un antídoto al virus.
Sí, aún contra todo y contra esa narrativa de ficciones que culpa a la Ciencia de todos nuestros males, fue la Ciencia la única que pudo salvarnos. Fue la Ciencia la que aisló al virus, entendió su funcionamiento y con mucho esfuerzo, comprendió el proceso para que el cuerpo humano, con todo y sus limitaciones, pudiera combatir eficazmente al Covid-19.
Sin embargo, nuestras sociedades exhibieron sus flancos. Gobiernos mal dirigidos con narrativas políticas triunfalistas como la de México, además de un sistema económico y social que parece más el de un darwinismo social de baja intensidad. Si la Ciencia logró su objetivo, la política falló miserablemente. Y la Economía, bueno, aún no termina por ajustarse al shock más grande desde una centuria completa.
La política no fue el soporte de la racionalidad. Antes, fue la creadora de fantasías colectivas para entretener a las masas. Donald Trump, por ejemplo, exigiendo a los especialistas que usaran detergente para hacer la vacuna. Andrés Manuel López Obrador diciendo que había que “abrazarse”, que no pasaba nada, que el cubrebocas no era necesario, que daba una falsa sensación de seguridad. Algunos religiosos diciendo que esto era un castigo de Dios por el matrimonio igualitario. Sí, otra vez la mentalidad medieval que responde a lo que no entiende con ficciones infantiles.
Sí. La política falló y con ella exhibió la inmadurez de las sociedades. Así como Bauman advertía, el ser humano despreció lo que no entiende. Adjudicó a las fantasías un rol relevante. Nunca como ahora, es importante controlar este ímpetu humano de simplificar lo complejo. Las teorías de la conspiración han venido a castrar totalmente la capacidad de enfrentar acontecimientos complejos. Los populismos se han encargado de dispersar versiones caricaturescas de la realidad. Su peligro hoy más que nunca ha sido visible: tenemos grupos sociales que comienzan a pensar regresivamente, como si el futuro, la economía, la ciencia y el gobierno fuesen un acto de simplezas.
Y, después de todo esto, ¿qué sigue? Muchas cosas. A nivel individual, sobre todo. En este momento, previo a la recuperación de la economía y al proceso de sanar las heridas que esto dejó, cada quien en lo individual está obligado a hacer una pausa y recordar para siempre lo que aprendió. Si todo esto sucedió para seguir igual, entonces no aprendimos nada.
El 2021 va a significar rediseñar a una sociedad que está lastimada por las fallas del populismo (Biden por ejemplo, ya llamó a darle la vuelta al capítulo de Trump). Va a ser también el año en que tenemos que comenzar a redimensionar las brechas sociales (que se ampliaron), y, además, en donde tendremos que enfrentar ahora sí, nuestra responsabilidad en el cambio climático.
El virus no vino solo. Es la consecuencia de un sistema de decisiones, jerarquías y relaciones de poder que van a tener que cambiar de manera radical. Si la política tiene que decidir entre ciencia y economía, es porque priorizó antes que otra cosa, a un capitalismo destructivo que genera utilidad, pero con altas pérdidas sociales. El diseño de un nuevo sistema de relaciones de poder va a determinar que sea la Ciencia y no el interés financiero, el arquitecto del futuro.
Igualmente, vendrá un proceso en el que la Economía va a tener que configurar sus nuevas dimensiones de intervención social. Las plataformas digitales, el rol de las fake news y los mercados tendrá que ajustarse a la nueva realidad. Las empresas globales ya comenzaron a entender este mecanismo: están descentralizando sus cadenas de suministro. Por otro lado, también están elevando su narrativa digital que va más allá de vender en plataformas, significa acompañar su marca con valores específicos a manejar en crisis, (Burger King, por ejemplo, invitando a que les compraran a sus competidores, para sostener empleos).
Los mercados están comenzando a mirar hacia recursos escasos que responden a dilemas morales cada vez más complejos, como el agua, que ya cotiza en la Bolsa de Futuros. Va a ser necesario también, trabajar en niveladores sociales alternativos a la educación, como la educación técnica, la formación filosófica, el desarrollo del arte, la creación científica.
El emprendimiento va a transitar de usar apps a tener que diseñar conceptos. Los modelos de negocios que vienen solo pueden construirse desde una perspectiva multidimensional y abstracta, capaz de unir y entender conceptos diferentes y complejos en un solo set de ideas, pero que los reproduzca rápidamente.
Los individuos tendrán que adecuarse a un mundo de algoritmos predictivos, pero probablemente, correctivos. Las ciudades van a tener que construir un nuevo modelo de organización que trascienda la dependencia al automóvil y priorice el rol del peatón. La Economía circular viene a destruir cualquier conceptualización de desperdicio. El feminismo, probablemente el movimiento social más disruptivo de la humanidad, encontrará eco en la intención de construir una sociedad igualitaria. En pocas palabras, el mundo que tenemos que diseñar no será nada parecido a lo que nos tocó vivir a esta generación ni a las tres anteriores. El cambio no es menor y no es estético: es conceptual.
No es fácil ni sencillo. Esta generación tiene la responsabilidad de diseñar el mundo de los próximos 50 años. Pero así como lo establece Jonah Berger, en su libro “The Catalyst: How to Change Anyone's Mind”, la efectividad de los seres humanos en las organizaciones ya no será medido por su capacidad de mantener el status quo de las mismas, sino por su velocidad para transformarlas, para remover barreras, para nivelar el escenario de juego social en donde todos los individuos se verán obligados a competir.
2021 es el año del desafío y también, de la creación. Después de la tormenta de 2020, es momento de evaluar los daños, de arreglar las cosas, de hacernos más fuertes con lo que aprendimos. Al final de cuenta, citando al gran Shakespeare:
“Dulce es el fruto de la adversidad, que, como el sapo feo y venenoso, lleva en la cabeza una preciosa joya.”
De nosotros depende determinar cuál fue la joya que encontramos para lucir en 2021, si la prudencia, si acaso la templanza, si, además, la esperanza.